A fines de febrero pasado TV UNAM organizó en la Feria de Minería un ciclo de discusiones llamado Televisión, la saludable moribunda. Ésta es la participación que presenté en la mesa “¿La TV educa o entretiene?”.
La televisión universitaria, como toda la televisión pública, está obligada a mantener un ejercicio de revisión de lo que hace y lo que debiera hacer. Es pertinente que la televisión de la UNAM esté repensándose como indica la invitación a estas sesiones. Repensar es reflexionar, pensar algo de manera atenta y detenida. Con el formato de estas mesas redondas apenas podemos iniciar dicho ejercicio porque ni las apresuradas sesiones en esta Feria de Minería ni la televisión misma, que, apura y simplifica cualquier deliberación, son propicias para repensar en serio.
Reflexionar implica ponderar experiencias pero de ninguna manera equivale necesariamente a transformar o refundar. Pongo sobre la mesa una primera certeza: me parece que TVUNAM en los últimos años ha definido un perfil respetable y sólido que debe seguir manteniendo. Hay que conservar y mejorar la televisión de nuestra Universidad, sin que las ganas de innovar porque sí conduzcan a desbaratar lo que ahora tenemos.
Nunca he sostenido que los medios de comunicación de la UNAM tengan que ser dirigidos por egresados de esta institución. Es deseable que en ellos haya ex alumnos de nuestras carreras de Comunicación. Pero no comparto esa suerte de chovinismo académico que supone que únicamente nuestros egresados deben conducir las dependencias universitarias y que, por cierto, no ha definido la historia de TVUNAM.
El título de estas sesiones polemiza con un fantasma. Nadie o casi nadie dice que la televisión esté moribunda. Pero es claro que ha sido parcialmente desplazada por otros medios con los cuales contemporiza. En México esa transformación resulta especialmente notoria porque durante demasiado tiempo padecimos la hegemonía primero de una y luego dos televisoras comerciales. El acaparamiento que ejercía Televisa era tan apabullante que todavía hace tres lustros sus programas de mayor audiencia alcanzaban 40 puntos de rating y a veces más —un predominio inusitado en lo que conocemos como el mundo occidental—. Hoy en día ningún programa de esa empresa, salvo ocasionales excepciones, alcanza rating de dos cifras.Formatos y consumos
Los televidentes mexicanos disponen de más opciones gracias a tres circunstancias: la televisión de paga llega a más de la mitad de los hogares, tenemos un creciente consumo de contenidos que son vistos en variados dispositivos digitales y, de manera más reciente, la digitalización de las frecuencias abiertas permite que haya más señales en el dial. Una cuarta condición es el cambio en los hábitos de consumo mediático, especialmente de los jóvenes, que miran poco la televisión. Al mismo tiempo, como todos sabemos, hay una renovación de formatos, argumentos y lenguajes gracias a la producción de audiovisuales que se difunden en canales de paga y en plataformas en línea y que parecen televisión y son vistos como televisión aunque, en rigor, no lo son porque no se difunden de manera sincrónica y a través del espectro radioeléctrico.
Las audiencias están más segmentadas que nunca precisamente porque la proliferación de opciones busca y crea públicos específicos. La vieja televisión generalista, que difunde para todos y durante todo el día, recupera bríos solamente en ocasiones especiales, cuando transmite acontecimientos mientras suceden. En ese nuevo contexto se encuentra una oportunidad histórica que la televisión pública no logra y con frecuencia ni siquiera intenta aprovechar. El rating ya no es el indicador prioritario de la utilidad social ni de la viabilidad mercantil de la televisión. La televisión pública, que no contiende por audiencias con recursos de los medios comerciales aunque desde luego no puede darse el lujo de desdeñarlas, tendría que construir o ensanchar su propio espacio en estas nuevas condiciones.
Una televisión pública digna de ese nombre tiene que ser distinta a la de carácter comercial. Cómo articular esa diferencia, depende de la creatividad y la libertad que ejerza cada televisora de esa índole. Existen modelos internacionales muy reconocidos —las alusiones a la BBC se han vuelto lugar común cuando se discute qué hacer con la televisión pública—. Antes que nada es preciso que, para ser tal, la televisión pública tenga autonomía respecto de los gobiernos e instituciones a los que se encuentre adscrita.
Ahora, en México, la legislación en materia de telecomunicaciones y radiodifusión establece que los medios públicos deben tener mecanismos que garanticen su independencia editorial y la participación ciudadana, entre otras condiciones (Artículo 86 de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión). A fin de transitar al régimen de concesión de uso público que reemplaza a los antiguos permisos, las televisoras y radiodifusoras de nuestras universidades públicas están obligadas a precisar cómo asegurarán esa independencia para definir sus contenidos. La autonomía de muchas de nuestras universidades no basta para preservar esa libertad porque con frecuencia las restricciones provienen de las autoridades centrales de cada institución educativa. La fórmula apropiada para garantizar la independencia editorial sería que los directores de Radio UNAM y TV UNAM fueran designados por el Consejo Universitario. De otra manera, nuestra Universidad no cumplirá cabalmente las nuevas disposiciones federales en materia de radiodifusión.
La participación ciudadana, que es otra obligación legal de los medios públicos, podría cumplirse con la existencia de consejos en cada emisora. No se trata de consejos asesores ni decorativos, sino de órganos para deliberar y proponer. Por eso no es apropiado que sean designados por los directivos de cada emisora sino también por los órganos colegiados que conducen la vida institucional en nuestras universidades públicas.
Regresar a la universidad
TVUNAM necesita recursos financieros para incrementar su producción propia. Pero además tendría que acercarse más a lo que hacen los universitarios en diversas áreas. En los años recientes ha sido meritoria la transmisión frecuente de corto y largometrajes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Lo mismo podría hacerse con las producciones e inquietudes de estudiantes en otras áreas de nuestra Universidad.
De las tres funciones esenciales que cumple la Universidad Nacional —docencia, investigación, difusión de la cultura— esta última es la que le toca desempeñar a TVUNAM. No se trata de una emisora para ofrecer cursos a distancia, ni destinada a reforzar en la pantalla las enseñanzas que se imparten en los salones de clase. La televisión en circunstancias muy precisas puede respaldar a la docencia (como ha sucedido con la telesecundaria) pero sus tareas son otras. El lenguaje sujeto a la imagen más que a la palabra, la brevedad que impone el inevitable cronómetro, la contemplación con escasa reflexión, resultan contradictorios con la enseñanza.
La televisión no es para educar, al menos en el sentido escolarizado del término. Sus funciones primordiales son el entretenimiento y la información. Pero tiene consecuencias pedagógicas especialmente en la solidificación, o la devastación, de la cultura cívica. El dilema que plantea el título de esta sesión no existe. La televisión es para entretener —y, añado, para informar—. De la manera como lo haga ayudará, o socavará, a la educación ciudadana.
Las redes digitales, gracias a su amplitud, a la libertad que permiten y a su intrínseco carácter descentralizado, son instrumentos magníficos para que la televisión pública propague y eventualmente confronte sus contenidos con los puntos de vista de quienes los miren. La colocación en línea de sus programas ya no es sólo oportunidad sino obligación de los medios públicos. La posibilidad de apreciar esos contenidos en variadas pantallas permite ampliar sus audiencias sobre todo entre los jóvenes. Pero hay que evitar que la euforia por esas nuevas plataformas nos deslumbre tanto que lleguemos a suponer que es preciso modificar a la televisión universitaria para ganar espacio en ellas.
No hay que confundir a los contenidos, con los medios. El valor de la televisión pública se encuentra en lo que dice, más que en las formas que utiliza para expresarse. Los programas de TVUNAM pueden difundirse en Twitter, comentarse en Facebook y alojarse en YouTube pero se confundiría el fondo con la forma si se creyera que hace falta trastocar su lenguaje para tener éxito entre los usuarios de tales redes. La estética de la televisión y de contenidos como los cinematográficos que difunde la televisión pública no pueden ajustarse a todas las nuevas pantallas. Sería un despropósito creer que La Diligencia de Ford o The Revenant de González Iñárritu pueden difundirse —o, peor aún, ser alteradas— para que puedan mirarse en el teléfono celular.
La televisión comercial no tiene empacho para trastocar y mutilar contenidos. La televisión universitaria está obligada a garantizar y respetar la integridad de las obras audiovisuales. A las redes sociodigitales, la televisión comercial las utiliza para simular una interactividad manipulada y artificial. A esas redes, la televisión pública puede aprovecharlas a fin de reconocer ciudadanos e interlocutores entre sus audiencias. Esos son otros motivos para que la televisión de nuestra Universidad no tenga nada que pedirle, ni tenga nada que aprender, de la televisión ordinaria e impostora que hacen empresas como TV Azteca y Televisa.