No sólo las televisoras, sino estaciones de radio, periódicos y portales en internet preparan una amplia cobertura sobre la visita del Papa Francisco a México. Desafortunadamente, ya desde ahora se deja entrever que el tratamiento comunicacional de algunos de estos medios no será distinto al de otras visitas papales a nuestro país.
Por ejemplo, en su afán por ser los más papistas, Grupo Radio Centro, de Francisco Aguirre, se denomina ahora “Radio Centro Francisco”, mientras que Grupo Fórmula, de Rogerio Azcárraga, se ufana de que una de sus cadenas, la tercera, se convertirá en la “emisora del Papa Francisco”, con transmisiones ininterrumpidas desde su llegada al territorio nacional.
Al fervor papal, casi nadie escapa, ni el portal de Carlos Slim, Uno Tv, que creó una página sobre la visita, en la que no podían faltar recomendaciones de aplicaciones para dispositivos móviles sobre la vida del Papa Francisco o para rezar por él. También ayer destacaba la convocatoria para realizar una valla luminosa con celulares en el trayecto de 19 kilómetros, que el Papa recorrerá del aeropuerto a la Nunciatura Apostólica.
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En hechos como este, el periodismo profesional suele sucumbir frente a las pautas publicitarias, los intereses políticos coyunturales y el ferviente catolicismo de propietarios de medios, conductores y periodistas.
No todos los medios actúan de la misma manera, pero es indudable que en otros años ha prevalecido una devoción hacia la figura y se deja de lado el análisis de las implicaciones sociales, religiosas o políticas de estas visitas, particularmente en la televisión.
En un formidable texto publicado en su blog, el doctor Bernardo Barranco, reconocido experto en temas de religión, apunta sobre lo que hasta ahora se ha visto en la pantalla:
“La televisión mexicana exalta en la narración reiterativa los sentimientos y emociones por el visitante, hay una exageración melosa del personaje. Se opera una conversión en los aparatos televisivos del sentido de lo religioso. Muchos conductores y reporteros se convierten en improvisados y malos telepredicadores. La emoción, los sentimientos el fervor religioso ganan y afloran aun en aquellos actores que no son creyentes o peor aún, incluso en aquellos que profesan otra religión…”
Esta caracterización también puede hacerse a varios conductores y periodistas de la radio, como lo hemos escuchado en el pasado y como sucede ahora en diversas radiodifusoras comerciales.
Refiere Barranco que algo distinto ha sucedido sobre todo en la prensa, en la que, por ejemplo, durante la penúltima visita de Juan Pablo II cuestionaron la excesiva comercialización del hecho y de la figura del pontífice, así como el acaparamiento de lugares privilegiados para los ricos y poderosos personajes, preponderantemente Legionarios de Cristo, durante los actos religiosos. En la visita de Benedicto XVI a México, también en la prensa se dio espacio a la crítica por la presencia del Papa en pleno proceso electoral y a unos días que dieran comienzo las campañas presidenciales.
Hay otros casos de distancia periodística frente a las pasiones que despierta el Papa. Sin embargo, dice Barranco, los medios de comunicación en general han evidenciado una pobre compresión del fenómeno religioso en nuestro país.
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No está de más recordar que México es un Estado laico, producto de grandes confrontaciones, que costaron muchas vidas, y que, como afirma el multicitado Bernardo Barranco, “pretende la equidad, la libertad religiosa y la clara separación de esferas en el espacio público”.
No ocurre así en la mayoría de los medios electrónicos. Con el aval de la Secretaría de Gobernación, la transmisión de actos de culto religioso ha crecido exponencialmente en la radio y la televisión, pese a que la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público establece en su artículo 21 que dichos actos únicamente se podrán transmitir “de manera extraordinaria”.
De 7 mil 536 autorizaciones entre 2000 y 2001, se ha pasado a 380 mil 263, entre 2013 y 2014, es decir, se ha multiplicado ¡por más de 50 veces! La cifra más actualizada refiere que entre septiembre de 2014 hasta agosto de 2015, el gobierno federal había otorgado menos autorizaciones: 232 mil 932.
En el gobierno de Enrique Peña Nieto el crecimiento de estas transmisiones ha sido en más del 200 por ciento, comparado con lo ocurrido en el último año del gobierno de Felipe Calderón, en el que se dio el salto de 15 mil 96 autorizaciones a 113 mil 960. Entre el 2012 y 2013, la cifra aumentó a 313 mil 39 autorizaciones, y del 2013 al 2014 subió a 380 mil 263.
El doctor Raúl Trejo Delarbre afirma en su documentado libro Laicidad y medios de comunicación “que esa flexibilidad o indolencia de las autoridades satisface la estrategia de propaganda de las Iglesias cada vez más empeñadas en llevar el púlpito a los medios electrónicos”. Pero también de dueños de medios de comunicación y periodistas que consciente o inconscientemente hacen proselitismo religioso a favor de una Iglesia en particular.
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En México, también debe recordarse, hasta el 2010 había más de 10 millones de personas que no profesaban la religión católica o que no tenían religión, es decir, casi el 11 por ciento de la población existente en aquel año, de acuerdo con el Inegi. Hoy son más si nos basamos en la tendencia de disminución porcentual de la población católica: 98 por ciento en las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta; 96 por ciento en los ochenta; 93 por ciento en los noventa y de 92 por ciento a partir del nuevo siglo. En estados como Chiapas, este porcentaje apenas si alcanzaba el 60 por ciento en el 2010.
Ante esta nueva realidad, los medios de comunicación tienen la obligación de preservar la pluralidad, la diversidad, la inclusión, la tolerancia y el respeto, especialmente en acontecimientos como que el viviremos intensamente el próximo fin de semana. Su derecho a la libertad de expresión va ligado a su responsabilidad como concesionarios de frecuencias otorgadas por el Estado y al derecho de las audiencias a recibir contenidos que reflejen el pluralismo cultural de nuestra nación. No al fanatismo papal o religioso. Sí al periodismo de calidad.