La Jornada de Oriente. Martín Hernández Alcántara
El periodismo tiene la obligación de subvertir las maniobras de encubrimiento que teje el poder en casos como la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, advirtió John Gibler, quien disertó sobre la inmoralidad en que incurren con frecuencia medios e informadores profesionales, quienes, con tal de obtener sus noticias, no reparan en el dolor de las víctimas y las someten a una segunda tortura, después de haber sufrido tragedias a manos de delincuentes o autoridades
El autor del libro Una Historia Oral de la Infamia –que aborda la tragedia de los normalistas de Guerrero-, participó ayer en el foro La Ética y La Labor Periodística, celebrado en la Universidad Iberoamericana Puebla, que también incluyó a Lucía Vergara, de Artículo 19; Dawn Paley, cofundadora de la cooperativa Vancoover Media, y Rafael Hernández García Cano, presidente de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información (AMEDI) Capítulo Puebla, con la moderación de Ernesto Aroche Aguilar, colaborador de esta casa editorial y director del portal de investigaciones periodísticas, Lado B.
Gibler, periodista independiente que radica en México de 2006, habló de un tema poco abordado en el gremio: la relación, el trato que los reporteros establecen en el campo con sus informantes, a quienes, en general, suelen despojar de su condición de personas para convertirlas en meras fuentes de información que les sirvan para configurar los relatos y datos de las informaciones que proyectan en los medios para los que trabajan.
El artífice de Veinte poemas para ser leídos en una balacera , puso varios ejemplos de la manera atroz en que se conducen varios de sus colegas y tomó como caso de descripción los días posteriores a la desaparición de los estudiantes de la Raúl Isidro Burgos, cuando, en el afán de obtener información de los padres de los muchachos, reporteros de medios nacionales e internacionales no tuvieron empacho en aprovecharse de la vulnerabilidad de los progenitores y prácticamente “les abrieron nuevamente el pecho”, a fin de obtener datos, como sus nombres, que pueden resultar irrelevantes o no sustanciales para la historia a contar.
Gibler, a la manera de Malcolm
Comparó entonces, a la manera en que Janet Malcolm lo hizo en El Periodista y el Asesino, la labor de los reporteros con la de los verdugos: “no hay tortura sin pregunta”, dijo, para resumir cómo los informadores vuelven a despedazar psicológicamente a sus “fuentes”, para que les vuelvan a contar detalles de la vejación que antes sufrieron a manos de sus victimarios.
Gibler también hizo una crítica a los periodistas que habitúan a confeccionar historias desde sus computadoras, a partir de documentos que obtienen en la red o por fuentes gubernamentales interesadas, y no hacen el menor esfuerzo por trabajar in situ, donde los acontecimientos han tenido lugar y donde las víctimas se encuentran.
El periodista estadunidense destacó la importancia que tiene para un periodista saber, aprender a escuchar, en contraposición al cliché harto usado por informadores y medios que se jactan a todo pulmón de “darle voz a quienes no la tienen”: Ellos tienen su voz, yo quiero escucharla y compartir esa escucha con los demás, aseveró Gibler.
Por su parte, Lucía Vergara García, de Artículo 19, manifestó que, para desgracia del país, la nota roja y particularmente la fotografía roja, dará cuenta de la trágica situación del país en la actualidad.