La mayoría de mis alumnas y alumnos en la Universidad no escuchaban radio, no obstante que estudian la licenciatura en Comunicación. Ahora lo hacen por obligación (la materia que imparto es sobre radio) y algunos de ellos comienzan a tenerle “cierto” cariño a algunas emisoras.
No sé si después de terminar el curso sigan queriendo al medio, pero se ha sembrado una semilla, que espero florezca para que la producción de la radio se fortalezca con la creatividad de los llamados “millennials” y aumente o por lo menos conserve sus audiencias, en una época en la que la oferta mediática es abundante y su consumo cada vez más fragmentado.
El alejamiento de los jóvenes y la niñez de la radio es un fenómeno que existe desde hace años en México, particularmente en las grandes zonas urbanas. Los radiodifusores y los anunciantes lo saben, pero tampoco dudan del poder de la radio, sobre todo en los automóviles y en ciertas coyunturas sociales y políticas (sismos, marchas, bloqueos de carreteras, etc.), en las que las audiencias regresan a la radio para informarse de primera mano, sea a través del radio portátil, el teléfono celular o en la PC.
Mis hijas de 12 y 9 años escuchan Alfa en Monterrey y en la Ciudad de México. Cada vez que nos subimos al auto aquí o allá, exigen que les sintonicemos la estación. Han hecho “clic” con la música de la radiodifusora y con algunas de sus conductoras. A veces las “engaño” sintonizando otra estación, pero de inmediato se dan cuenta y piden que regrese a la frecuencia 104.5 de Monterrey o 91.3 en la capital del país.
¿Qué fue lo que hizo Alfa con mis hijas? Ofrecerles contenidos atractivos para ellas, no necesariamente producidos para radioescuchas de su edad. Los anunciantes pueden estar seguros que, al menos en el auto, mamá y papá escuchan sus spots de productos y servicios y que durante varias horas somos audiencias cautivas, sin más alternativa de información y entretenimiento que la radio.
Si eso ha podido hacer la radio con mis alumnos y con mis hijas, no dudo que lo mismo suceda con miles o millones de radioescuchas. Sólo basta facilitar la escucha a través de un receptor y, lo más importante, tener una buena programación. Por eso, quien desde hace años auguró la muerte de la radio abierta, la tradicional, se ha equivocado. En un país como el nuestro, la radio sigue viva, muy viva, y con potencial para seguir atrayendo audiencias, a pesar Youtube, Netflix, Spotify y más.
Autocrítica ausente
¿Cuál es entonces el problema? Que propuestas exitosas como la de Alfa y otras radiodifusoras, son cada vez más una excepción.
Decíamos hace unas semanas, que la crisis de la radio no sólo se puede explicar por la fragmentación de las audiencias (producto de la diversificación de plataformas tecnológicas de la comunicación) y por la falta de incremento porcentual de la inversión publicitaria en este medio, sino también por el estancamiento e incluso el retroceso en la calidad de los programas, la innovación en los formatos, las campañas de promoción para atraer audiencias y hasta en libertad de expresión y responsabilidad social.
Los radiodifusores se quejan amargamente que la licitación de 66 frecuencias de Amplitud Modulada (AM) y 191 de Frecuencia Modulada (FM) que prepara el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) ahondará la delicada crisis que viven, como si ésta fuera explicable únicamente por los factores tecnológicos descritos o por el escaso o nulo crecimiento económico en cada una de las regiones en las que prestan sus servicios, y no por lo que han hecho o han dejado de hacer como concesionarios. Y esto sin contar que se entregaron ¡más 500 frecuencias de FM! a concesionarios de AM para mejorar la calidad técnica de sus transmisiones.