Descalificar al Presidente se ha vuelto tan fácil que resulta alevoso seguir haciéndolo. En toda la prensa, en todos los medios, los errores del presidente Enrique Peña Nieto han suscitado cuestionamientos ásperos y drásticos. No ha sido para menos, especialmente ante el error descomunal que significó la invitación a Donald Trump. Pero luego de casi dos semanas de reiteradas desacreditaciones al desempeño del gobierno vale la pena preguntarnos a dónde conduce ese enfrentamiento entre las decisiones de Peña y la opinión publicada.
Seguramente nunca, desde los tiempos del cardenismo, los desacuerdos entre la prensa y el Presidente habían sido tan explícitos. En la segunda mitad de los años 30 la mayor parte de los periódicos, al menos los de mayor presencia pública, contendieron con las decisiones estatistas del general Cárdenas con expresiones que llegaron a la mofa y la injuria. Aquella prensa defendía posiciones imperialistas, para decirlo en términos de esa época. La prensa de hoy, en cambio, se inconformó con la invitación al candidato que hace del agravio a los mexicanos el tema central de su campaña para gobernar Estados Unidos.
Ante la andanada de (des) calificaciones que se han prodigado a esa decisión de Peña Nieto, lo primero que hay que reconocer es la posibilidad de cuestionar abiertamente a la figura presidencial. La libertad de expresión que se puede ejercer ahora no ha sido un regalo del poder político. Esa libertad se debe a la existencia de una sociedad diversa y en la cual hay espacio para la opinión crítica, así como al desarrollo de medios de comunicación que reconocen y practican esa pluralidad. Por supuesto, limitar el ejercicio de esa libertad a la denostación de los funcionarios públicos es un desperdicio y no nos conduce más que a una suerte de indolente catarsis ante los errores del poder político.
Por lo demás, como ha señalado Joel Ortega en Milenio: “Solazarse ante la quiebra política y moral del gobierno de Peña Nieto mediante el uso de insultos y de puros adjetivos, puede darles a los que utilizan esos estilos una aparente imagen de valentía. Cuando muchos de ellos fueron abyectos defensores y ejecutores de las prácticas represivas y de las políticas económicas y sociales promotoras de la inmensa desigualdad y pobreza”.
El saldo, en todo caso, es una descomunal pérdida de consenso del gobierno. La renuncia de Luis Videgaray le permite al Presidente mostrar que es capaz de rectificar, aunque sea parcialmente, pero ese sacrificio le resulta costoso al menos por dos motivos.
El ahora ex secretario de Hacienda ha sido uno de los hombres más cercanos a las decisiones de Peña Nieto. Varias de las reformas al comienzo del gobierno fueron impulsadas por Luis Videgaray. En la negociación de la reforma para las telecomunicaciones, por ejemplo, fue él quien enfrentó las reticencias de los principales monopolios en esa industria. Esa reforma no habría sido posible sin la iniciativa y la insistencia de los partidos de oposición, pero también fue decisivo el respaldo de Peña a través de Videgaray.
Por eso la decisión para invitar a Trump, que según se ha dicho sin que nadie lo desmienta fue propuesta y gestionada por el ahora ex secretario, resultó tan contrastante con aquellas decisiones. La inteligencia política y la capacidad de mirar hacia adelante que había en algunas de las reformas estuvieron ausentes en la invitación al candidato republicano.
La renuncia de Videgaray es costosa para el Presidente, además, porque con su salida se pierde el equilibrio que había dentro del gabinete. Ahora Peña tiene que propiciar nuevos contrapesos, o consentir que se afiance la hegemonía de Miguel Ángel Osorio Chong. Reubicado en Hacienda, de José Antonio Meade se dice que no tiene partido político. Sin embargo, practica los rituales de la vieja cultura política priista que anteponen la defensa del Presidente a cualquier autocrítica. La mañana misma de su designación, El Universal publicó una entrevista en donde Meade considera que haber traído a Trump “fue una intervención que sirvió al país y a los mexicanos”.
Lo peor de la salida de Meade de la Sedesol es su relevo. De Luis Miranda Nava se ha señalado una inquietante proclividad para gastar dinero público en el intento por resolver conflictos políticos. La colocación de un operador político en la secretaría que debe destinar recursos para aminorar la desigualdad social da a esa designación un carácter electoral.
El propio Miranda manifiesta una concepción harto discutible de la manera como entiende su nueva tarea, cuando asegura que “la pobreza es en gran parte la causa de la ingobernabilidad” que hay en el país. El nuevo titular de Sedesol no entiende que su tarea fundamental es preguntarse por las causas, no por las consecuencias de la pobreza. Si las carencias de decenas de millones de mexicanos le interesan sólo por los conflictos que pueden ocasionar, está mirando las cosas al revés.
En esa frase, además, Miranda hizo un reconocimiento significativo. En el país, considera, hay ingobernabilidad. Eso dice quien hasta hace unos días era subsecretario de Gobierno, es decir, el principal responsable de atender asuntos… de gobernabilidad.
A pesar del escenario desastrado que contemplamos a diario, el diagnóstico o la intuición de Miranda están equivocados. En México no hay declarada ingobernabilidad, es decir, el gobierno no es del todo incapaz para tomar decisiones, administrar las tareas a su cargo, resolver conflictos. Pero sí asistimos al deterioro de las capacidades de quienes tienen al gobierno en sus manos. Por eso es preocupante la erosión en la imagen pública de Peña Nieto. Tiene razón Rafael Pérez Gay cuando escribe en Milenio: “Nos hace falta una tregua en nuestra refriega contra Peña. Incluso la indignación y el coraje genuino ameritan en algunas ocasiones un alto a las hostilidades… Comparto las críticas al presidente Peña, todas y más, pero considero que un concurso de ofensas al Presidente sólo traerá más desconcierto en un hombre repleto de dudas con una reprobación mayoritaria”.
Está, además, el desconcierto social. Culpabilizar de las carencias del gobierno a una sola persona —más aún, creer que las insuficiencias del país se deben sólo a los desatinos de un gobierno— puede ser muy terapéutico para las conciencias indignadas, pero no resuelve problema alguno.
La confusión, aunada a la irritación, suele propiciar ocurrencias disparatadas. Ante los males grandes, siempre hay quienes proponen cambios de relumbrón que a la postre resultan huecos. No son pocas las personas habitualmente sensatas que ahora fantasean con la posibilidad de que Peña Nieto deje la Presidencia antes de que termine su encargo formal. Inclusive hay quienes, con esa bandera, convocan a una manifestación próxima.
Cuando la política es reemplazada por las fantasías únicamente conduce a más perplejidad y enfado de los ciudadanos. Gústenos o no, el presidente que tenemos es el que eligió la mayoría de quienes votaron hace cuatro años y fue electo para un sexenio. Gústenos o no, los partidos que llevaron a Peña a la Presidencia han tenido más votos que sus adversarios en las elecciones siguientes (36% en 2015). Desconocer esos hechos puede conducir a comportamientos golpistas. Enfrentarlos, tendría que llevar a la reivindicación de la política.
Depurar e intensificar la discusión pública, mantener y precisar la exigencia crítica al gobierno y los partidos, ensanchar las vías para que las instituciones sean de los ciudadanos y no al revés, son recursos para atemperar una crisis que, si se agudiza, sería peor para los mexicanos más desamparados. El primer tema en la agenda de hoy es la contracción económica que pretende el gobierno. Esta no es hora de fantasear con deponer, sino de esforzarse para proponer.
ALACENA: Roberto Escudero
Sus camaradas de aquellos años recuerdan a Roberto Escudero como uno de los dirigentes más reflexivos en el movimiento estudiantil de 1968. Sus alumnos en Filosofía y Letras de la UNAM y en la UAM Xochimilco dan cuenta de sus clases metódicas y generosas. Comprometido siempre con causas y luchas de izquierda, Escudero fue conocido también por su vehemencia para vivir y conversar. Tenía sueños de revolucionario y las convicciones de un demócrata.
Hombre de ideas y letras, Escudero publicó en 2009 Un día en la vida de José Revueltas, escritor del que fue amigo muy cercano. Jubilado hace varios años abrigaba proyectos para nuevos libros, entre ellos una obra por el medio siglo del movimiento del 68.
Roberto Escudero falleció el jueves pasado, a consecuencia de un accidente doméstico. Tenía 75 años. A sus funerales acudieron muchos de sus antiguos compañeros y también jóvenes que lo quisieron y admiraron. Allí el profesor Alejandro Álvarez, a nombre del Comité del Sesenta y Ocho, colocó sobre el ataúd de Roberto una bandera con el emblema de aquel movimiento estudiantil y dijo que estábamos asistiendo a ,la despedida de una generaciónl.